Tengo en casa unos sesenta discos de Trevor Pinnock, más o menos. Aún me faltan muchos otros de gran interés en su extensa discografía. Es un intérprete y director al que conozco muy bien y tuve la oportunidad de verle en directo hace varios años en el Ciclo de Música de Cámara de El Monte.
La fusión de El Monte con Caja San Fernando no ha supuesto la desaparición de este maravilloso ciclo anual de conciertos, que hoy nos lo ha traído de vuelta a Sevilla. Y aunque la primera vez que se ve a un artista al que se admira se siente algo especial, creo haber disfrutado tanto esta noche como lo hice en aquella primera ocasión. Más aún cuando era consciente de que Trevor Pinnock había pasado, al igual que quien esto escribe, un infame año 2009. A finales de 2008 perdió a sus padres y su salud se deterioró en los meses siguientes, pero la feliz aparición hace poco de una nueva grabación de las Sonatas para flauta de Bach sugería una recuperación que hoy mismo he podido ver y oír por mí mismo para mi alegría.
Ha venido con un repertorio francés (Froberger, Couperin, Rameau) acompañado de la Partita nº 4 en re mayor, BWV 828 de Bach, que ya grabara para Archiv en 1985. Y escuchándole es difícil no preguntarse el por qué no ha frecuentado con mayor asiduidad el barroco francés. Pinnock siempre ha sido un clavecinista y director de medios tan sobresalientes que hacen muy desconcertante, por ejemplo, su relativamente escasa discografía en materia de ópera y de música vocal. Lo escuchado esta noche ha tenido, por tanto, el aliciente de tratarse de un Pinnock alejado, con la excepción de Bach, de sus compositores habituales (Handel, Mozart, Haydn...). Me pareció soberbio en la primera mitad, y ya en la segunda logró un sonido intimista en Couperin que me recordó a Rousset. Su interpretación de la Suite en la menor de Rameau (1728) adoleció de algún problemilla perfectamente disculpable (y más tratándose de quien se trata), a lo que contribuyó también un problema con una nota del instrumento, que Pinnock tuvo que arreglar sobre la marcha. Noté al público más entusiasmado que otras veces o quizás sea que mi admiración por Pinnock me llevó a ello. La sala estaba llena más o menos al 80% (en esta ocasión tenía entrada en balcón y divisaba muy bien todo el recinto) y Pinnock fue braveado al saludar. Como propina, una enérgica interpretación de “La Suzanne” de Balbastre.
Y ahora un deseo probablemente imposible: que Pinnock vuelva a dirigir a The English Concert como director titular. Estamos hablando de una de las mejores orquestas historicistas del mundo, que en la década de 1980 alcanzó lo más alto haciendo de la “elegancia británica” su nota más característica. Esta pulcritud tan british contrastaba por aquellos años con la pasión barroca de la Musica Antiqua Köln de Reinhard Goebel y con el virtuosismo al clave de Ton Koopman, encajando más en la línea de directores como Christopher Hogwood o de mi admirado Sir John Eliot Gardiner. Pese a esta disparidad de estilos y a que los criterios de interpretación hayan variado con el tiempo en relación a compositores como Vivaldi, su discografía sigue gozando hoy de plena vigencia, y Pinnock ha mostrado en Sevilla su cara más vitalista después de la oscuridad de la tormenta. Larga vida para él y para la que se mire como se mire será siempre su orquesta.
"La Suzanne" (Balbastre) - Trevor Pinnock
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