Ayer viví una de las mejores tardes musicales que se han producido en Sevilla en lo que llevamos de año. Me refiero, naturalmente, al concierto de Daniel Barenboim al frente de su orquesta árabe-israelí West-Eastern Divan en el Teatro de la Maestranza. Si hay algo en lo que son expertos Barenboim y su todavía joven orquesta es en el repertorio beethoveniano, y eso se hizo notar anoche. ¡Y de qué manera! El programa reunía las sinfonías 1, 2 y 8 –en unos días las interpretarán todas en los Proms de Londres–, lo que quizás pudiese causar cierta decepción a aquellos que no salen de las más populares tercera, quinta, sexta, séptima y novena. Lo cierto es que son obras brillantes, llenas de momentos de esplendor y que ocupan injustamente un lugar secundario –pienso sobre todo en la octava– respecto de las antes citadas.
En las dos primera sinfonías, Barenboim fue lo suficientemente inteligente como para reducir los efectivos de la orquesta y evitar así un sonido excesivamente denso que rompiese el enfoque, esencialmente clásico, de ambas obras. Sin embargo, estas lecturas de Barenboim no guardan particular relación con la corriente historicista: es un Beethoven puramente tradicional y robusto, impregnado de la personalidad de un director que sabe ofrecer cosas nuevas en un repertorio tan trillado. Creo que el ejemplo más claro de esto pudo escucharse con la primera sinfonía, enfocada de modo bastante personal por Barenboim: parece huirse del carácter haydniano que se atribuye habitualmente a la obra, aunque sin llegar a sacarla de los cauces del clasicismo y convertirla precipitadamente en una obra romántica. La revolución de la Eroica aún no ha llegado, aunque algo se intuye.
He hablado fugazmente del Beethoven historicista y no quiero malas interpretaciones: pienso que se han hecho grandes cosas con la música del sordo bajo esta corriente, aunque en materia de sinfonías la competencia con las lecturas convencionales es tan salvaje que no existe ningún ciclo historicista capaz de superar a los grandes beethovenianos de siempre. Sólo Gardiner, en mi opinión, tiene uno realmente estimable, aunque su enfoque electrizante, revolucionario y casi podría decirse que violento poco tiene que ver con el de Barenboim, que es de quien hablamos.
En resumen, salí encantado. Ya me esperaba que la cosa iba a ser muy buena porque había leído comentarios muy entusiastas en el blog Ya nos queda un día menos. Además, la tienda del Maestranza ofrecía el nuevo ciclo de sinfonías de Beethoven con la WEDO al módico precio de veintitrés euros, por lo que acabé comprándolo y llevándomelo firmado a casa, pues Barenboim tuvo la gentileza de ponerse a firmar. Lo cierto es que probablemente es el día que más caja se ha hecho en la tienda del teatro en lo que va de año.
Por cierto, bonito discurso del maestro al terminar el concierto. Repartió las flores de su ramo entre los miembros de la orquesta y demostró que no es ajeno a las críticas de aquellos que hablan de politización con la WEDO. Golpeó con guante de seda afirmando que con independencia del color político del gobierno de turno, la orquesta tiene unos vínculos irrompibles con Andalucía y que la convivencia de aquellos que están enfrentados es su razón de ser.
3 comentarios:
¡Gracias por citarme! (sonrojo)
Nada de eso. Usted es responsable en cierta medida de lo bien que me lo voy a pasar con el nuevo ciclo en cedé. Así que gracias a ti, Fernando.
Jejeje, yo lo estoy escuchando otra vez en el coche, cuando voy a la playa, y cuanto más lo escucho, más me gusta. ¡Que disfrutes!
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